jueves, 30 de diciembre de 2010

jueves, 23 de diciembre de 2010

CANSANCIO

Que se detenga el mundo,
que cesen los sonidos dañinos
que rompen mi cabeza.
Que cese el paso acelerado,
la catarata de imágenes
que entra por mis ojos,
el atropello de efectos y causas,
que hay que interpretar
con intuición y sabiduría
para no enloquecer
en este mundo
que gira hacia la nada
arrastrando
el vacío de las bocas,
el vacío las manos.
Sólo nos queda
alimentarnos de metáforas
encerrarnos bajo un caparazón de silencio,
imaginando una quietud de nieve y hielo
en la que invernar. Dormir,
el sueño en el que se detiene el mundo.
El mundo quieto
hasta renacer en el momento propicio,
en el momento exacto,
en el que todo recupera su sentido.
Llenas las manos, las bocas,
Llenos los ojos
de vida.
La vida incierta.
JCA

jueves, 9 de diciembre de 2010

PALABRA ESCRITA


Tu palabra veloz y ágil
desgarra sueños de lana,
amortigua la soledad
de la viuda y del profeta,
acaricia los oídos infantiles,
fabrica proyectos,
desmembra tristezas.
Crea monstruos
y parásitos
tu palabra anhelada.
Tu palabra viva.
Tan viva,
ahora que todo está
terriblemente muerto.

JCA

lunes, 6 de diciembre de 2010

INSPIRACIÓN

De repente, veía cómo las fichas que formaban el complejo puzzle que era mi vida encajaban. Tenía esa visión global y mágica que dotaba de sentido a todo lo sucedido. La mirada de Dios, pensé. La mirada del gran ser que conoce todas las cartas escondidas en todas las mangas.
JCA

miércoles, 1 de diciembre de 2010

AGITADORAS DICIEMBRE

Estimad@s amig@s:

Acabamos de subir a la red el Nº 18 de la revista Agitadoras. http://www.agitadoras.com/. En estas fechas en que ya no se sabe si se celebra el nacimiento de un Dios o la esperanza de la recuperación a base del consumismo convulsivo, tenemos el placer de intentar despertar vuestras neuronas con nuestra nómina de autores para el mes del solsticio, formada por:
David Roas, Juana Cortés Amúñarriz, Luís Arturo Hernández, Luís Berastain, Jesús Aller, Paco Piquer, Ángel Muñoz Rodríguez, Begoña Leonardo, Pablo Paniagua, Beatriz Rodríguez, Oscar Prieto, Daniel de Culla, Pedro Prunera, David Torres, Itziar Minguez, Rubén Castillo, Pablo T. Salvadores, Tito Expósito, Holly, Josep Oliver, Ricardo Triviño, Alex Seguí, Marta Rivera de la Cruz, Vicente Luís Mora, Il Gatopando, Joaquín Lloréns, Joaquín Lloréns, Ángela Mallén y Jan Hamminga.

jueves, 25 de noviembre de 2010

LA PIEL DEL ZORRO


Las maldiciones son frías. No necesitan dalias, ni pan, ni manzanas, ni verano. No son para oler ni comer. Sólo son para arremolinarse y tumbarse, para rabiar brevemente y permanecer largo rato en silencio. Bajan el latido de las sienes hasta las muñecas y suben el sordo palpitar del corazón a las orejas. Las maldiciones se intensifican y se asfixian. Las maldiciones que se quiebran no han existido nunca.

La piel del zorror - Herta Müller

viernes, 19 de noviembre de 2010

DE LA NATURALEZA DEL DESEO (I)

En el deseo abstracto
incontrolable
se perfila la sombra
de lo que no se pronuncia.
Al amparo del silencio.
Silencio que amortigua notas musicales, chirridos, exabruptos.
En el deseo inconveniente
se gesta el monstruo,
el lunático,
el futuro encarcelado y el suicida.
Que callan.
Se callan y se muerden la lengua.
En el deseo extravagante
arde la llama de lo impuro
iluminando inconstante
los rincones azules de la existencia.
Las palabras sin voz no resucitan caballos.
En el deseo torcido
se escriben nombres
con letras de musgo.
Levántate y anda. Repta. Duerme. Escucha.
En el deseo vano,
se asfixian peces de vientre blanco
entre remolinos de espuma.
Las palabras no dichas.
Palabras que malviven en su propio cementerio.

JCA


lunes, 15 de noviembre de 2010

REPLICANTE

Replicante en la periferia
de esa ciudad llamada literatura.
Replicante hecha de palabras
que nadie leerá,
que se me pudriran dentro,
hasta caerse como las hojas
del olmo solitaro.
JCA

miércoles, 10 de noviembre de 2010

RUTH RATÓN


Se adentraron en el parque y sortearon las ramas bajas de los árboles, que se confundían con las sombras, hasta llegar a la zona más oculta. Allí, en el suelo, había desconchones sin hierba, calvas de tierra arenosa. Incómodo colchón de amor. Amparadas por la oscuridad las hormigas se vengaban de aquellos que destrozaban sus hormigueros, saboteando las espaldas suaves que ignoraban su trabajo enredadas en otros asuntos.
Ruth, siguiendo el movimiento de Elías, se colocó contra el tronco de un árbol. Las sombras deformaban sus rostros cuando la luna conseguía desasirse de las nubes.
Elías la besó. Devoró la pintura de sus labios, cerrados como una muralla. Jugueteó con la lengua hasta lograr introducir la punta. Ruth no colaboraba. Pero ella había aceptado ir al parque con él, y todo el mundo sabía lo que eso significaba. Preservativos en el suelo. Alguna prenda íntima engullida por la oscuridad que bajo los rayos del sol resultaba patética. Elías luchaba por vencer la segunda barrera, la de los dientes, pero aquel esfuerzo, en vez de enojarle, le excitaba. Aquella experiencia no tenía nada que ver con otras en las que las chicas, exigentes, marcaban el ritmo. Jovencitas de bocas grandes que succionaban su lengua y se pegaban a su cuerpo como trajes de neopreno. Pero ahora era él quien llevaba el mando. El rey de la jungla.
Cuando las manos de Elías abandonaron las caderas y ascendieron por el cuerpo de la chica, ella aflojó, impresionada, la tensión de su boca. Elías dejó que su lengua explorara, dominara, reconociera aquel territorio. Ruth sentía la corteza del árbol en su espalda. Las manos de Elías rastreaban su piel, hasta que llegaron a su pecho y lo dominaron. Ruth quiso decir algo pero sólo se produjo un intercambio de aire, un leve movimiento de los labios, aprisionados bajo la boca ventosa de Elías.
Los pechos de Ruth eran pesados. Elías no perdió el tiempo buscando el cierre del maldito sujetador y elevó la prenda por encima del torso. Senos deformados, aún más abultados bajo la presión del elástico. Eran las tetas gigantes de sus fantasías. Su polla se elevaba hacia la luna. Empalmado. Sentía una fuerza animal que le dominaba.
Ruth ratón. Así la llamaban, a causa de sus gestos asustadizos. La mirada insegura. Chica solitaria, sin grupo que la protegiera. La hija de la loca. A nadie le gustaría tener esa herencia. Pero allí, a oscuras, todo eso no tenía importancia. Sólo sentía una fuerza que le empujaba fuera de sí. El cuerpo se rebelaba contra la cabeza. Jódete, Jaime. Jódete, Alba. Se dejaba llevar, mecido por las turbulencias de unas olas que estallaban a la altura de sus genitales. El deseo era una piedra ardiendo en su cerebro. Una piedra mágica que quemaba su polla. Sus huevos. Los dedos de Elías se clavaban en sus pechos, los mismos pechos que ella ocultaba habitualmente bajo unas blusas holgadas de aire monjil. Ruth, chica rana, a la que ignoraban, acostumbrada a no ser invitada a los cumpleaños, convertida en princesa por una noche.
Eufórico, cediendo a su estado de ánimo confuso y a la tensión sexual, decidió que era el momento de hacerlo Se estrenaría con Ruth, perdería así la molesta virginidad.
Elías consiguió que sus dedos llegaran al lugar secreto, el cofre del tesoro. La chica tenía los muslos fríos, pero su coño estaba caliente. Introdujo los dedos en aquella cavidad húmeda. Babas de caracol, pensó. La chica se revolvió y su movimiento hizo que él, apoyado en ella, perdiera el equilibrio. Cayeron al suelo y Elías quedó sobre ella. La falda corta levantada. Boca contra boca, piernas contra piernas. Sus dedos en la vagina, aquel lugar tantas veces imaginado que deseaba conocer.
La polla de Elías era en ese momento el epicentro de un terremoto. Luchaba por escapar del slip, del pantalón, para mirar cara a cara a la luna. Y Elías la ayudó a asomar, altiva, y a recorrer el camino que ya habían explorado sus dedos. Avanzó como un reptil hacia su guarida. La frágil barrera de las bragas fue insuficiente ante la fuerza de aquel animal. Y el chico logró su propósito. Toda la sangre en la polla. Todo el dolor y el placer del mundo en un movimiento frenético. Quería romper, destrozar. Adentro. Adentro. Jódete, Alba. Le había humillado sin ni siquiera saberlo. Hasta que se derramó a borbotones, y la tensión desapareció.
Sentía el latido de un corazón pero no sabía si era el suyo o el de la chica. Sus cuerpos sobre el suelo desollado.
Comprendió que la estaba aplastando y se giró hasta caer a su lado. Su polla pringosa se escondió en su slip. Su lengua regresó de nuevo a su boca. Respiró profundamente. ¿Y ahora qué?
Al salir del parque Elías rozó los dedos de la chica con su mano, pero ella le ignoró. También había rechazado su gesto para ayudarla a levantarse. A la luz de la farola observó su rostro y recibió el impacto de su perfil avejentado. La luz de la farola hacía que sus sombras se acoplaran en el suelo. Le desagradó el dibujo. Las sombras se rompían la una sobre la otra en tremenda confusión.
JCA

Extracto del relato Ruth Ratón, publicado en el libro QUERIDOS NIÑOS

miércoles, 3 de noviembre de 2010

CAE LA TARDE

Cae la tarde
y sin embargo
asciende la vida,
plena de hidrógeno,
nocturna y juguetona,
tras el rastro de una luna
hermosa y llena.
JCA

TURBACIÓN

Su sexo se abre
como una camelia sedienta,
ansiosa del rocío amargo
que producen sus dedos,
sabios dedos
que la hacen florecer
aún al borde del hastío.

JCA

martes, 2 de noviembre de 2010

DE NUEVO


De nuevo, en este terremoto instantáneo,
recupero tu lengua, tus dedos,
tu forma de lavarte los dientes.
Tu saliva al despertar.
Tu sentido del humor más bien lacónico.
Un día comiendo uvas,
pelando uvas que tú introducías en mi boca.
Una tarde, fumando,
hablando de dios y de la muerte.
El sabor de aquellos helados de avellana,
eran tus favoritos,
y el crujir de los pistachos
con cuyas cáscaras hacías dibujos sobre la mesa.

JCA

viernes, 29 de octubre de 2010

BESOS


En ese beso improvisado
se solidifica
el sueño no compartido,
el ansia de volar de las cigüeñas,
un temor bravo pero efímero.

JCA

jueves, 21 de octubre de 2010

Tu sonrisa ardiente.
Saltan chispas de fuego de tus labios
y amenazan con quemar el frondoso bosque
que crece en mis costillas.

JCA

miércoles, 13 de octubre de 2010

BOSQUE


Horrible la mirada,
bajo el sauce,
bajo las hojas que lloran,
frías, desangeladas,
verdes también las manos
que rasgan la ropa
del niño,
sucia la mirada,
en el bosque
donde los árboles
fingen no oír el grito
también desnudos,
también temblorosos los sauces,
que cierran los ojos,
que agitan las hojas,
para no ver lo que sucede,
lo que está sucediendo
ahora, en algún bosque
quizás no muy lejano.

JCA

sábado, 9 de octubre de 2010

Sentada en el pasillo, Sara se dijo que siempre había sabido que ese momento llegaría. No lo había pensado nunca así, fríamente, pero lo había intuido. Nicolás, con su carácter introvertido, tímido. Nicolás, cangrejo ermitaño, capaz de vivir escondido en su concha. Los ojos de Nicolás, dos pequeños charcos en su rostro. Ojos que se humedecían lentamente. Ese proceso en el que la humedad se transforma en gotas, las gotas en regueros, los regueros en inundaciones.
Sólo cuando llegó la hora de la cena, Nicolas abrió la puerta. Sara vio entonces el golpe en la mejilla, el hematoma que se extendía hasta el ojo derecho. Un campo de lavanda, pensó. De lavanda herida. Flores aplastadas, derrochando su tinta.

JCA

CHICLES

A pesar del tiempo transcurrido. El tiempo que es una losa, pero también una sábana al viento, deformada, ahora henchida, ahora muerta. Recuerdo la ropa tendida en los balcones de la calle Santiago. Iba a la panadería donde trabajaba mi padre, y en el camino la infancia se derramaba en los callejones estrechos. La infancia que vuelve con el olor a mar, ese olor que supuran las maderas de las casas, las contraventanas pintadas de colores. Los geranios en sus macetas. No me gustaba el olor de los geranios, pero me encantaba el olor a pan recién hecho. Mi padre llevaba un delantal blanco, sin embargo los pescadores vestían de oscuro, ropas oscuras y botas de goma. Algunas tardes iba a la parada del autobús a esperar a mi madre, que volvía de trabajar de Francia. Mi madre siempre estaba trabajando, y la infancia era como un estanque en el que tiras una piedra, y la piedra hace círculos concéntricos que perduran incluso cuando la piedra reposa ya en el fondo del mar. La infancia eran esas sábanas tendidas, que cambiaban de forma bajo el poderoso viento. También el salitre en la piel tras los baños, las boinas negras de los pescadores, con los remos en los hombros, mi madre llegando a casa tras un día de trabajo. Los autobuses verdes. El tiempo pasaba lentamente, un verano era toda una vida. Una tarde de lluvia, un trimestre. Las mujeres cosían las redes en la Kai Zaharra los días de sol, y las tripas de los atunes flotaban en la ría. Mi abuelo se pasaba las tardes sentado en el paseo Butrón, como hacen los pescadores que ya no pueden ir a la mar. Y están allí, sin hablar, con su único ojo sano lleno de océano, día tras día. Los viejos, que se secaban allí, en aquellos bancos, y que me hacían pensar en los bacalaos que colgaban en las tiendas de la calle San Pedro. Ir de aquí para allá, eso también era la infancia. Mirar la bahía con mis ojos de miope. El tiempo eterno. Leía y releía los comics, las Joyas Literarias que vendían en el estanco, que podíamos ver tras el cristal de la vitrina del pesado armario de madera oscura. Leía todos los libros que caían en mis manos. También leía mientras esperaba un autobús, dos autobuses, tres. En la parada, precisamente junto a la puerta del estanco, colgada en la pared, había una máquina de chicles pintada de color amarillo chillón. Una máquina cuadrada, que tenía un mecanismo sencillo; sólo había que trasladar un saliente metálico con el canto de la mano. Clac, clac, y la bola caía. Bolas de colores. Me sentaba en un bordillo y esperaba. El tiempo era como el chicle que masticaba sin fin, hasta que se encogía y se endurecía como un cartílago. El tiempo también era un caballo indómito, que sólo corría a veces, cuando menos nos interesaba, cuando estábamos jugando al escondite, o bañándonos en la playa. Entonces nos esperaba la zapatilla, o a la cama sin cenar... Clac, clac, el sonido de la máquina, el viaje de la bola azucarada por las entrañas metálicas. No tenía reloj, el reloj llegaba con la comunión, y el tiempo no se medía, como no se puede medir la infancia, ni el paso de las nubes, ni el olor de los geranios. Hasta que de repente llegaba el autobús, esta vez sí, allí estaba mi madre, sentada junto a la ventanilla. La veía abstraída, quizás cansada, aunque ella nunca utilizó esa palabra -no era de las suyas-. Y bajaba del autobús, y sonreía al verme. ¿Me das una peseta, ama? Una peseta, un chicle. La infancia es el tiempo de los rituales. Contar coches. Contar olas. Contar gaviotas. Contar tripas de atún flotando en la ría. Mi madre entonces era fuerte, guapa. No seas pedigüeña, me decía mirándome a los ojos. Eso me decía, y a la vez dejaba en la palma de mi mano la moneda deseada. Clac, clac y yo masticaba el chicle, feliz. Un día la bola era azul. Otro, roja. Y junto al sabor dulce, fantástico, percibía el olor a aceite que venía de la patatería. La moneda. El chicle. Pedigüeña. Mucho tiempo después entendí que mi madre, aún sin saberlo, había tenido razón al llamarme así, pedigüeña, porque esa precisamente era mi naturaleza. Pez porque vivía junto al mar, de ahí mi carácter acuático, mi debilidad marina, mis raíces oceánicas. Y cigüeña porque llevaba en mi interior el ansia de volar de las grandes aves. Ese deseo que nunca me ha abandonado, que todavía hoy mordisquea en mi interior como un gusano. Y yo repetía en mi cabeza, pez cigüeña, pez cigüeña, pez cigüeña. Y la moneda, y el chicle, y mi madre, incansable, joven, a salvo de las enfermedades, de la vejez. Todavía hoy, a pesar del tiempo transcurrido, cada vez que vuelvo, los callejones estrechos, las contraventanas de colores, la ropa tendida. Los geranios. La vieja panadería. Los viejos mirando al mar. Mi padre, que se sienta con ellos. Clac, clac. Ya no hay máquina de chicles. Ni siquiera está la patatería. Y yo también envejezco, porque ahora el tiempo es otro. Ahora sé que se puede medir, quizás no con los relojes, pero sí con sus pisadas, mediante las huellas que deja sobre nuestros cuerpos de arena. Y sin embargo, a pesar del tiempo transcurrido, mientras las sábanas bailan la danza de la brisa y suenan las campanas de la iglesia de la Marina, al pasar junto al estanco, me veo de nuevo sentada en el bordillo. Allí sigo, esperando mi moneda. Mi chicle. Y sobre todo a mi madre, cuya ausencia cruel se me revela con la llegada infructuosa de un nuevo autobús vacío.

JCA

Texto publicado en la revista BIDASOATIK, septiembre 2010

martes, 5 de octubre de 2010

¿HORMIGAS?


Un paso y otro paso hacen carretera.
En los arcenes viven las hormigas.
Insectos que trabajan incansables,
su afán es reventarnos el asfalto.

JCA

lunes, 4 de octubre de 2010

ARMARIOS

Siempre hay un botón descosido,
una medicina caducada,
unas galletas rancias,
en el armario de la memoria.
JCA

LORITA

Fui concebido mientras las bombas caían sobre la fábrica de papeles pintados LORITA. El obrero Alfred, mi padre, aprovechó el momento de tensión para consolar a la hermosa Agustine, mi futura madre y trabajadora del departamento de contabilidad. Ella no había considerado perder la virginidad de esa manera, de hecho llevaba años resistiéndose a la presión masculina circundante, pero en un momento así decidió que no deseaba llegar al otro mundo con su himen intacto. Se amaron frenéticamente, un poco colocados por el humo tóxico que se extendía ya por toda la ciudad. Un cascote, despedido del tejado ruinoso bajo el que se habían guarecido, golpeó a Alfreden la cabeza. Cuando mi madre alcanzó el orgasmo –es una mujer que sabe lo que quiere, que se toma su tiempo-, el cuerpo de Alfred perdía su humanidad y afrontaba la rigidez de los difuntos. Ese día Agustine, mientras se recolocaba las medias, descubrió que las mejores historias de amor son aquellas que arrastran tras de sí la tragedia. Alfred, que era un poco pendenciero, se convirtió en el amor idealizado, y le guardó el respeto que nunca en vida nadie le había dedicado. ¿Cómo has podido dejarme sola, amor?, lloraba Agustine, mientras del cielo caían pedazos de papel, antes pintado y ahora más bien chamuscado. Pero estaba muy equivocada; no estaba sola. Yo ya estaba allí, aunque ella no lo supiera, para contarlo todo.
JCA

martes, 21 de septiembre de 2010

En Hoffnung


Desde hace casi un año vivo en Hoffnung, en sus dominios, confundida con sus habitantes. A pesar de que yo la he inventado, a veces tengo la impresión de que la casa ha adquirido vida propia. Ya no la puedo ver con los mismos ojos. Toda Hoffnung se mueve, palpita, respira y tiembla. Se mueven sus cimientos, sus piedras, también las grietas de sus muros se mueven. Se mueve el jardín y, al hacerlo, tengo la sensación de que las plantas han cambiado de sitio. Hasta el viejo castaño de indias hay noches que parece querer asomarse al acantilado. Inocentemente pensé que yo, en calidad de creadora de Hoffnung, estaría a salvo de su influencia. Ahora tengo mis dudas. Sobre todo cuando me mira. Cuando me mira con sus ventanas abiertas, alzando sus párpados de gasa, como ahora me está mirando. Y hasta la balaustrada ríe. Y su risa se confunde con el chillido de las gaviotas.
JCA

miércoles, 15 de septiembre de 2010

INCLEMENCIAS

El viento sur desordena mis palabras,
arrastra mis pensamientos,
hojas de otoño,
me empuja hacia el espejo,
en el que sólo veo
lo peor de mí misma.

JCA

martes, 14 de septiembre de 2010

NANA AL FETO FLAMENCO
(O Mary Jane sobrecogida tras 12 meses de embarazo)

Ya está aquí septiembre con sus calambres,
y el niño llora con voz de alambre.
Canta, canta, canta, y el miedo espanta.

La uva y la mosca, la mosca y la uva,
y en la despensa una extraña fuga.
Canta, canta, canta, y el miedo espanta.

La sombra en la ventana dice
el tiempo se acaba.
Se acaba, se acaba.

Tu tiempo, mi tiempo,
el tiempo del mundo.
Calla, calla, calla, y el miedo aguanta.

JCA

miércoles, 25 de agosto de 2010

ODA

Oda a los niños muertos
a los niños tuertos
de los retratos.

Oda a la tierra,
al huerto,
que engulle y mastica.

Oda a la frialdad
y fealdad
del próximo noviembre.

Oda, hado, dado
al caballito del tiovivo,
que vomita, mareado.

JCA

domingo, 8 de agosto de 2010

FOR YOU, DARLING

Al pasear por la playa los vi.
Parecían gusanos de arena,
gordos , solidos,
amontonados los unos sobre los otros.
Alguien me dijo que eran el vómito de las gaviotas.
Vómito de tierra.
Vómito de la obra primigenia.
Una vez más pensé en ti,
y en ellos vi tu cuerpo retorcido,
rebozado.
Tus restos vomitados cerca de la orilla.
Aplasté esos falsos gusanos con los pies.
No me equivocaba,
guardaban en su interior jirones de algo viscoso.
Las tripas de la ballena, me dije.
La verdadera esencia de las cosas.

JCA

AGAIN

Henchida de sal,
alimentada por el sol que ciega,
por el mar que ahoga,
vuelvo exultante,
vuelvo pez Fénix,
renacida de mis propias vísceras.
JCA

viernes, 23 de julio de 2010

NIÑO PATATA

Deudor de palabras y de ideas
jugaste a ser niño del bosque
a pesar de tu falta de talento.
Quisiste volar,
olvidando tus raíces
de niño patata,
de niño tubérculo.
Mediocre, mocoso, cejijunto.
Niño ciego,
henchido de humedad y de defectos.
JCA

jueves, 22 de julio de 2010

EL QUE MUCHO ABARCA, MUCHO MIENTE

Ha llegado el momento
de cumplir con esa vieja historia,
la historia de la horma y su zapato.
JCA

miércoles, 21 de julio de 2010

A ti que me estás buscando

Soy quien vigila tus pasos,
oculta en las esquinas,
Quien entra en tus sueños.
Quien mide tu sombra.
Soy el ángel vengador,
que busca un pecho en el que hundir su espada.
JCA

sábado, 10 de julio de 2010


Cruje la rodilla
crujen los ojos mientras
cada gota de lluvia
grita tu nombre
en el silencio de la noche húmeda.

JCA

lunes, 5 de julio de 2010

CARNE


CARNE, de Eider Rodríguez.
Editorial 451

Secos y descarnados, al igual que interesantes, dije al referirme a los relatos que componen Carne, el libro de Eider Rodríguez. ¿Descarnados? ¿No serán más bien carnosos? Morbosos, dijo un amigo, aprovechando la rima fácil. Más que morbosos, retorcidos, añadí yo. Retorcido es un adjetivo que me gusta, porque habla del giro de la raíz, de la curvatura de la subsistencia, de la complejidad frente a la sencillez. Pero no, no son retorcidos los relatos, sino los personajes. Maravillosamente retorcidos, porque en algún momento hacen lo que no tienen que hacer, o al menos lo que el lector no espera que hagan. Se trata de personajes cuyos actos o decisiones se salen de la moral habitual, son poco convencionales, y sin embargo permanecen fieles a su propio sentimiento. Y de ahí surge la sorpresa grata, la sensación de que el relato se estira hasta salirse del puro costumbrismo y nos muestra el mundo personal de la autora. Un mundo que es paralelo al real, pero en el que todo puede interpretarse de otra manera. Un mundo literario en el que los discursos aprendidos y las emociones que nos han contado no valen, o no son suficientes. Eider Rodríguez hace que sus personajes utilicen esa posibilidad que las buenas maneras, o quizás simplemente las maneras, tienden a dejar de lado, sin llegar a contemplarla.
Una niña, ante el odiado plato de berza que le pone su abuela, le dice ¡ojalá te mueras! La abuela coge la mano de la niña y la coloca sobre la sartén, recién puesta al fuego. Se le enrojeció la palma de la mano, antes de que anocheciera le había salido una ampolla, pero no le contó nada a su madre. Al día siguiente la abuela misma le pinchó la ampolla con una aguja. Después le puso aceite de oliva en la herida y un plato con berza tibia sobre la mesa. Así son las cosas en estos relatos, en los que la rutina, el orden, quedan dinamitados. Al igual que los sentimientos más planos, que bajo la mirada de la autora crecen en complejidad, resultando a veces difícil diferenciar incluso la ironía o la crítica.
Eider Rodríguez nos muestra con gran temple las fisuras que amenazan esos mundos que ella nos describe. ¿Qué hay detrás de un mobbing laboral? ¿De una huelga de hambre? ¿De la muerte de un abuelo? ¿Qué oculta el cartel de Se vende, en una casa de lujo? ¿Qué suscita en el héroe salvador el cuerpo de un niño a punto de ahogarse? ¿O el de la madre desnuda, llorando de agradecimiento? ¿Cuándo y cómo se atrofian nuestros sentimientos? ¿Y, sobre todo, por qué? ¿Por qué se atrofian? Aunque eso, el porqué, como sucede en los buenos relatos, es lo de menos, convertido tan sólo en el hueco que rellena el lector avezado.
Me ha gustado en particular el uso que hace la autora de los contrapuntos. Frente al amor más puro, la frialdad más sobria (La casa junto al golf, uno de mis favoritos, en el que la elipsis acerca de cómo las desgracias no siempre unen, sino que también separan, engrandece en mi opinión el relato). El amor que nace en condiciones difíciles, y el que cae extenuado en la vida más cómoda (T’es très belle, Olores imposibles). O la preciosa contradicción de madre perfecta que pronto será una perfecta suicida.
Respecto a la ambientación, los relatos se sitúan en lugares como Donosti, Irun, Hendaia. De hecho, el libro fue escrito en euskera y traducido posteriormente por la misma autora. Para mí, que soy vasca, ha sido una sorpresa agradable encontrarme con unos relatos, modernos y actuales, ambientados en un entorno reconocible (las Gemelas se ven desde la ventana de mi cuarto), y que muestran destellos de una sociedad determinada y compleja.
Creo que leer Carne es tomar una buena dosis de proteínas literarias y una forma de abrir boca, porque esta autora, a la que en mi opinión hay que seguir, acaba de publicar su tercer libro de relatos, Katu jendea (abril 2010), que espero que pronto podamos leer en castellano.

JCA

viernes, 2 de julio de 2010

HERIDA

Se abre la herida mal curada
ante el espanto de la palabra impronunciable.

JCA

miércoles, 30 de junio de 2010

DULCINEAS

El Quijote despierta
de su resaca de molinos
en un motel de carretera
donde todas,
hasta las putas africanas,
se llaman Dulcinea.
JCA

La chica de las gafas oscuras dijo

Dentro de nosotros hay algo que no tiene nombre, esa cosa es lo que somos.

Ensayo sobre la ceguera - José Saramago

lunes, 28 de junio de 2010

TAMARA


Éramos asquerosamente jóvenes. Yo te admiraba; tú siempre tan decidida. Tenías el carácter de un furtivo y los ojos de regaliz. Bailabas con los labios abiertos, colocada. Amigas para siempre, nos decíamos. Hasta que llegó el sida, y el musgo creció lentamente entre las letras de tu nombre.
JCA

viernes, 25 de junio de 2010

SILENCIO


El abrazo vegetal,
la caricia de tu hierba entre mis surcos.

JCA

martes, 15 de junio de 2010

EN TU BOCA


Compruebo el gusto del azogue,
cemento de invierno en los labios,
saliva que me calma y me alimenta.

JCA

CRISTAL

Cierro los ojos,
mientras el sol que despiden tus dedos
funde mis pensamientos más esquivos.

JCA

lunes, 14 de junio de 2010

LA PIEL


Porque aunque me arranques la piel,
yo sigo viva...

JCA

domingo, 13 de junio de 2010

DESIERTO 1


El reloj no mide ese tiempo del desierto,
cuando la luz se solidifica,
pero la arena permanece estática,
ajena al pellizco de la brisa.

JCA

viernes, 11 de junio de 2010

LA ÚLTIMA HORA DE HORACIO SILK


Silencio absoluto. Su rostro se acerca a mí, mueve la boca con esa precisión enfermiza de los sueños. Aprecio el brillo en sus pupilas, las pestañas húmedas. Soy consciente de que mi cuerpo ya no es mi cuerpo. He recibido un fuerte golpe en la cabeza, pero no siento dolor. He dejado de percibir el sonido del mundo y, sordo, todo llega a mí a través de los ojos. No puedo mover la cabeza, ni los miembros. Ahora sólo tengo mi mirada. Y ruedo, estoy rodando una película muda. Primer plano; Sylvia gritando. Su llanto es distinto al de las películas. También su expresión de horror. Ésta es real y, sin embargo, la que yo supe obtener de ella era más dramática. La ficción supera en ocasiones a la realidad. Si Sylvia ha llegado a ser una buena actriz ha sido porque yo la he enseñado. Leo sus labios. Me insulta. Me has roto el corazón, dice. Me has arruinado la vida, dice. Sylvia, Sylvia. Toda actriz necesita un buen guión. ¡Qué patéticas resultan esas palabras tan manoseadas! A fin de cuentas yo le he roto la vida, pero ella me ha roto la cabeza. No sé con qué me ha golpeado; espero que haya sido con alguno de mis trofeos. Mi esposa, a pesar de haber actuado impulsivamente, ha realizado un acto bastante digno. Sylvia me ha atacado al descubrir que yo tenía una nueva amante. Me siento viejo, enfermo. No he tenido fuerzas para ocultarlo, ni para confesárselo. Temía, con razón, una escena. Estoy tan cansado... La vida se escapaba ya de mí antes del golpe. Aunque nadie lo supiera, el cáncer había ganado la partida. Y, ¿cómo no sucumbir a la última oportunidad de disfrutar de un cuerpo deseable? Sigo leyendo en los labios de Sylvia. Yo te quería Horacio, dice antes de desaparecer de mi vista. Un trozo de techo desnudo sustituye a su rostro, a su boca rosada. Me temo que Sylvia esté llamando a una ambulancia. No servirá de nada, Sylvia. Así está bien. Sigo rodando mi película muda, en la que una joven actriz asesina a su marido, un afamado director, por celos. Sylvia ha vuelto a mi lado. Veo cómo sostiene una de mis manos. Primer plano de sus labios sobre la piel arrugada, sobre las venas hinchadas. Ahora sí, el gesto resulta sincero, creíble, emotivo. Una lágrima aterriza sobre la carne. Una lágrima inmensa, como un lago, como un océano. Es un buen final, que se ganará el aplauso del público. El aplauso que estremecerá los cines del país, y yo podré descansar tranquilo. Mi vista se nubla; pierdo visión. Anticipo ya el fundido en negro y las letras cursivas en blanco. The end. Los títulos de crédito anunciarán el final de mi última película, el inicio de mi viaje definitivo.
JCA
Premio de Relato del Festival de Cine de Huesca 2010

jueves, 10 de junio de 2010

INVIERNO EN JUNIO


El latido inquieto,
la sonrisa putrefacta,
la piel en la piel creciendo.

JCA

martes, 8 de junio de 2010

DE SÓTANOS Y AZOTEAS

De sótanos y azoteas, recientemente publicada por la editorial Castalia, es la obra ganadora del Premio Tiflos de Relatos 2009 (entre cuyos ganadores se encuentran algunos de los mejores cuentistas de este país, como Gonzalo Calcedo, o Félix J. Palma). Con este libro Juan Carlos Fernández León deja de ser el escritor primerizo, gestado en los mil y un concursos literarios de nuestra geografía, todavía desconocedor de sus posibilidades y sus límites, para revelarse como un autor maduro, que domina el género del relato y lo demuestra con la solidez de su escritura.
El libro contiene nueve cuentos de corte costumbrista, social, que nos narran historias de un barrio de la periferia de Madrid. En cuanto a las coordenadas temporales los cuentos nos llevan desde la infancia y adolescencia del autor, pasando por los primeros años de la democracia, los ingenuos ochenta, hasta una época más actual, situándose en concreto uno de los relatos (Diario de la operación Masacre) en fechas posteriores al 11M. Respecto al título del libro, que es también el de uno de los relatos, corresponde a una frase del mismo: “… es una cuestión de perspectiva, de mirar desde arriba o bien desde abajo. De sótanos y azoteas”. La cita, referida en el texto a la edad, se puede aplicar fácilmente a muchos otros conceptos. Además, el título es sugerente y hace pensar en un recorrido, en un camino entre dos puntos bien diferenciados, entre los cuales se desarrollan estos relatos.
El barrio del que nos habla Juan Carlos Fernández León es ese espacio que todos nosotros, de alguna manera, conocemos. En estos relatos aparece el barrio donde se vive, pero sobre todo donde se sobrevive. Son historias en las que la desesperanza lo tiñe todo de color ceniza, en las que se respira una cierta asfixia vital porque las limitaciones de los personajes son muchas, al igual que sus miserias y dificultades. Unos son puros supervivientes, otros futuros condenados. Historias en las que la realidad se doma con la ayuda de la heroína, las pastillas, la marihuana o el alcohol. Aditivos que hacen soportable el día a día en este mundo de claroscuros, cuyo olor es el de la tasca, el de los calamares aceitosos, y su paisaje el de los coches abandonados y los campos de fútbol sin porterías.
Siempre dentro de los márgenes de una literatura realista, social, los cuentos desbrozan en sus tramas aspectos como el incesto, la unión y el reconocimiento en el grupo, la soledad, el honor, los ídolos de pies de barro, los seres luminosos con las entrañas rotas. En la lectura se aprecia igualmente el temblor súbito de quien ha vivido momentos decisivos, de quien conoce el vértigo que produce mirar hacia atrás. La droga (presente en muchos de los relatos), la delincuencia, son amenazas, pero también caminos para la subsistencia. A pesar del disfraz que elijamos, seguimos siendo del lugar del que procedemos, parecen decir estos personajes. Y es que su capacidad se gestó allí, al igual que sus debilidades. Y por mucho que las cosas cambien, por mucho que algunos de los personajes consigan prosperar, en algunos momentos las raíces se tensan y susurran los nombres de los que se quedaron atrás; los más audaces, los más tontos, los que creyeron que tenían que demostrar algo y, sobre todo, los más débiles. Existe un vértigo, una cierta sensación de culpabilidad difícil de explicar, en aquellos que salieron adelante, los que se alejaron del barrio. Culpabilidad nacida quizás de la suerte de no haberse enganchado, de haberse salvado en la ruleta rusa del sida, o simplemente de no tener acumulado un número demasiado grande de muertos sobre las espaldas.
La mirada del autor (en general utiliza la primera persona en la narración, con buenos resultados) no nos evita la sordidez. Es una mirada afilada que, como una navaja, va diseccionando las penurias en un acto de casquería poética. Porque la poesía es un antídoto, una forma de neutralizar la caída al abismo. La prosa de Juan Carlos Fernández León es rica, está bien alimentada, con un regusto clásico que en ocasiones se torna intrépido. Y esa poesía de la que hablaba lo filtra todo como una lente, y envuelve los detalles con papel irisado, produciendo en momentos imágenes tan bellas como desquiciantes.
Sin embargo, el autor sabe cuándo conceder un descanso y nos muestra oportunamente las rendijas por las que acceder a la ternura. Porque también hay un espacio para el amor (torcido, pérfido, amañado pero grandioso, en el caso de Tatuajes o Cómplices, o más puro en Se van a ver las navajas), para la amistad (presente en casi todos los relatos, si bien se puede destacar en Los imperdibles de la memoria o De sótanos y azoteas), para la compasión (La alquería), para la admiración (Los antagónicos), para la complicidad –vecinal- (Soneto). Esa luz tenue, indirecta, ilumina algunos momentos de estas historias, aligerándolas, dotándolas de una felicidad inconsistente y etérea, y alimentando a fin de cuentas el germen de la ilusión. De entre estos relatos destaco, siguiendo un criterio puramente personal, La alquería, una historia narrada con una prosa más austera, donde un sillón ergonómico representa quizás el lugar que todos buscamos en la vida. En este relato se describen las relaciones humanas sutilmente, con cuidadosas puntadas que cosen la frustración con la esperanza.
Para terminar, quería comentar que De sótanos y azoteas consigue algo que se considera un valor añadido en los libros de relatos, y es el hecho de que, además de disfrutar cada uno de ellos en su individualidad, los cuentos sumen, produciendo entre todos ellos un efecto conjunto. El libro posee una atmósfera uniforme, que se palpa y se huele, en la que el lector se siente inmerso, incluso atrapado. Otro elemento que sirve como nexo de unión es la repetición de algunos personajes en diferentes relatos, ofreciéndonos distintos momentos de su evolución, y logrando con pequeños guiños la complicidad muda del lector.
JCA

sábado, 5 de junio de 2010

Sin pensarlo, mi pie apretó el freno y desvié la trayectoria. ¿Por qué me salí de la carretera? ¿Por qué lo hice? Al ver la casa la reconocí. Alguna vez había visitado aquella casa en mis sueños. Las ramas desnudas de los árboles dibujaban jeroglíficos contra el cielo que no supe interpretar. La casa me llamaba. Nunca antes había tomado esa carretera, y sin embargo... ¿Podemos apartarnos de nuestro destino? Vuelve al coche, sigue tu camino, me decía mi voz interior. Pero la curiosidad era más poderosa que aquel leve susurro. Tenía el vello de los brazos erizado, a pesar de que la tarde era calurosa y tranquila. Ni siquiera llamé a la puerta. La empujé; estaba entornada. El quejido de una mecedora me condujo hasta una pequeña sala. Aquella mujer mayor tenía los ojos en blanco. Eran unos horribles ojos ciegos. Me sonrió con su boca vacía de dientes.
Llevo tanto tiempo esperándote, me dijo.
JCA

sábado, 29 de mayo de 2010

Ese hombre te mira.
Tiene los ojos llenos de algo que no sabes nombrar.
Y sin embargo le entiendes.
Y sin embargo sabes que tú y él no sois tan distintos.
JCA

lunes, 24 de mayo de 2010

Diario de Anastasia (3)



En mi país estudié dos años óptica/visual/oftalmológica. Me gusta mirar ojos. Cuando niña creía que por los ojos se veía el dentro de/interior/íntimo de las personas. No es así. El dentro de las personas es misterioso. Me gustaría trabajar en una tienda de gafas, muy seria, con pelo coleta y zapatos sin tacón. Llevar bragas limpias todo el día, no como ahora. El semen se cae, todavía después de ir al baño. Bragas limpias y una bata blanca. Ahora vivo en un piso con dos compañeras/colegas/putas/de puta madre/de puta pena. Ochenta metros, cuarto sin ascensor, vistas a un patio íntimo/interior/corrala. Cuando llegué creí que el suelo era madera, pero es plástico. Le llaman sint-asol. Suelo asqueroso de mierda. Suelo falso, como la vida en esta ciudad, que parece rica pero está pobre. Mis compañeras putas no son muy pobres, porque follar es fácil y hay dinero rápido. Dinero y coca, y ropa interior bonita, y uñas de porcelana y más coca. Todas queremos trabajo distinto, bragas limpias, y una casa que no uela aceite y comida, sin peleas y televisión que grita. El dentro de las personas es a veces igual. A veces no. Yo misma me asusto a veces cuando veo mi dentro, oscuro, como una cueva en la que viva un pulpo.



JCA

viernes, 21 de mayo de 2010

INSECTOS


Estira su dedo índice el niño
delgado, pálido, confuso.
Allí llegan las hormigas con su reina
a la cabeza. En aquel cortejo no faltan
escarabajos, mantis, libélulas exhaustas,
la mosca del vinagre y las arañas.
La madre le asegura que sigue sin ver nada.
Pero el niño, describe las babosas
con su rastro repugnante,
el tesón de las cucarachas,
seguidas de los escarabajos peloteros
en esa procesión silenciosa.
La madre, práctica y obesa,
resiste los envites del niño terco
que, irritado, pisa los insectos.
Quedan en el suelo sus cuerpos destruidos,
restos de alas, de patas de alambre,
manchas de un líquido amarillento.
Y sobre la masacre planea
la mirada de la madre
incrédula.
JCA

lunes, 17 de mayo de 2010

JIMENA'S DREAM

Tu boca caníbal. Tus ojos verdes, como el agua sobre la que flotaban los trozos de pan que los patos, hartos, ignoraban. Ese agua que se volvía otra cuando el sol la atravesaba, y ya no parecía un líquido sucio, sino mágico. La luz destripaba su oscuridad interior y se hundía hasta chocar con los peces. Tus ojos. En ellos encontraba a veces aquel deseo de huída que me avasallaba. Aquella ansia de fuga que no entendía muy bien, pero que me hacía agarrarme con fuerza de tu mano. Sí, te agarraba con mis dedos pequeños, no fuera a ser que salieras volando. Y no creas que lo hacía para impedirte ir, no, no era eso. Te agarraba para que, si lo lograbas, me llevaras contigo en tu evasión, me arrastraras tras de ti. Pero por mucho que apretara, por mucho que me esforzara, no conseguía alcanzarte. Tú ya estabas en ese otro lugar, ese sitio del que no sabía nada. Ese espacio que a veces imaginaba yermo, desolado, como un volcán extinto, y otras como una jungla asfixiante, bajo cuyas palmeras de hojas gigantescas tú te guarecías.
JCA

jueves, 13 de mayo de 2010

Diario de Anastasia (3)


La crisis, crisis de mierda/de puta madre/de puta pena está también aquí, en el polígono.Mi amigo/amante/fontanero/compatriota me dice, hay que hacer medidas contra crisis. Dos mamadas al precio de una, dice. ¿Y tú? ¿Dos papelas al precio de una? Los drogadictos no necesitan ofertas, dice. Los drogadictos son mierda. Los desprecia/menosprecia/menos precio. Él es también un poco drogadicto/dependiente/atención al público/bello púbico. Pero disimula. Me caricia el cuello y se queda dormido. Drogadicto de mierda, fontanero. No se palma, en palma, en las palmas. ¿Seguidas?, pregunto ¿Dos mamadas un detrás de otro? Él piensa. Piensa mucho. ¿Qué tal un vale? Vale por una mamada. Con tiempo, claro. Tiempo limitado. ¿Buen tiempo? Me gusta buen tiempo. Pero esta primavera llueve/diluvia/empapado mucho. Estoy cansada. Me pica el chichi/chocho/el coño de tu abuela. Me gustaría estar en casa, cubierta con manta. Agusto/ augusto/a gusto del consumidor. Ver películas después de tirar el reloj por la ventana. El puto reloj por la ventana. Tiempo muerto/fallecido/palmado. El tiempo sin nada dentro. Como calabaza hueca. Como calabaza que se ríe a carcajadas.
JCA

lunes, 10 de mayo de 2010

AQUELLA TARDE

Sentí tus mano salvando las mías
en aquel hoyo de palabras y saliva.
Respirábamos escarcha y acero
pero ni el fango más atroz
fue capaz de borrar nuestras sonrisas.
JCA