sábado, 9 de octubre de 2010

Sentada en el pasillo, Sara se dijo que siempre había sabido que ese momento llegaría. No lo había pensado nunca así, fríamente, pero lo había intuido. Nicolás, con su carácter introvertido, tímido. Nicolás, cangrejo ermitaño, capaz de vivir escondido en su concha. Los ojos de Nicolás, dos pequeños charcos en su rostro. Ojos que se humedecían lentamente. Ese proceso en el que la humedad se transforma en gotas, las gotas en regueros, los regueros en inundaciones.
Sólo cuando llegó la hora de la cena, Nicolas abrió la puerta. Sara vio entonces el golpe en la mejilla, el hematoma que se extendía hasta el ojo derecho. Un campo de lavanda, pensó. De lavanda herida. Flores aplastadas, derrochando su tinta.

JCA