miércoles, 30 de junio de 2010

DULCINEAS

El Quijote despierta
de su resaca de molinos
en un motel de carretera
donde todas,
hasta las putas africanas,
se llaman Dulcinea.
JCA

La chica de las gafas oscuras dijo

Dentro de nosotros hay algo que no tiene nombre, esa cosa es lo que somos.

Ensayo sobre la ceguera - José Saramago

lunes, 28 de junio de 2010

TAMARA


Éramos asquerosamente jóvenes. Yo te admiraba; tú siempre tan decidida. Tenías el carácter de un furtivo y los ojos de regaliz. Bailabas con los labios abiertos, colocada. Amigas para siempre, nos decíamos. Hasta que llegó el sida, y el musgo creció lentamente entre las letras de tu nombre.
JCA

viernes, 25 de junio de 2010

SILENCIO


El abrazo vegetal,
la caricia de tu hierba entre mis surcos.

JCA

martes, 15 de junio de 2010

EN TU BOCA


Compruebo el gusto del azogue,
cemento de invierno en los labios,
saliva que me calma y me alimenta.

JCA

CRISTAL

Cierro los ojos,
mientras el sol que despiden tus dedos
funde mis pensamientos más esquivos.

JCA

lunes, 14 de junio de 2010

LA PIEL


Porque aunque me arranques la piel,
yo sigo viva...

JCA

domingo, 13 de junio de 2010

DESIERTO 1


El reloj no mide ese tiempo del desierto,
cuando la luz se solidifica,
pero la arena permanece estática,
ajena al pellizco de la brisa.

JCA

viernes, 11 de junio de 2010

LA ÚLTIMA HORA DE HORACIO SILK


Silencio absoluto. Su rostro se acerca a mí, mueve la boca con esa precisión enfermiza de los sueños. Aprecio el brillo en sus pupilas, las pestañas húmedas. Soy consciente de que mi cuerpo ya no es mi cuerpo. He recibido un fuerte golpe en la cabeza, pero no siento dolor. He dejado de percibir el sonido del mundo y, sordo, todo llega a mí a través de los ojos. No puedo mover la cabeza, ni los miembros. Ahora sólo tengo mi mirada. Y ruedo, estoy rodando una película muda. Primer plano; Sylvia gritando. Su llanto es distinto al de las películas. También su expresión de horror. Ésta es real y, sin embargo, la que yo supe obtener de ella era más dramática. La ficción supera en ocasiones a la realidad. Si Sylvia ha llegado a ser una buena actriz ha sido porque yo la he enseñado. Leo sus labios. Me insulta. Me has roto el corazón, dice. Me has arruinado la vida, dice. Sylvia, Sylvia. Toda actriz necesita un buen guión. ¡Qué patéticas resultan esas palabras tan manoseadas! A fin de cuentas yo le he roto la vida, pero ella me ha roto la cabeza. No sé con qué me ha golpeado; espero que haya sido con alguno de mis trofeos. Mi esposa, a pesar de haber actuado impulsivamente, ha realizado un acto bastante digno. Sylvia me ha atacado al descubrir que yo tenía una nueva amante. Me siento viejo, enfermo. No he tenido fuerzas para ocultarlo, ni para confesárselo. Temía, con razón, una escena. Estoy tan cansado... La vida se escapaba ya de mí antes del golpe. Aunque nadie lo supiera, el cáncer había ganado la partida. Y, ¿cómo no sucumbir a la última oportunidad de disfrutar de un cuerpo deseable? Sigo leyendo en los labios de Sylvia. Yo te quería Horacio, dice antes de desaparecer de mi vista. Un trozo de techo desnudo sustituye a su rostro, a su boca rosada. Me temo que Sylvia esté llamando a una ambulancia. No servirá de nada, Sylvia. Así está bien. Sigo rodando mi película muda, en la que una joven actriz asesina a su marido, un afamado director, por celos. Sylvia ha vuelto a mi lado. Veo cómo sostiene una de mis manos. Primer plano de sus labios sobre la piel arrugada, sobre las venas hinchadas. Ahora sí, el gesto resulta sincero, creíble, emotivo. Una lágrima aterriza sobre la carne. Una lágrima inmensa, como un lago, como un océano. Es un buen final, que se ganará el aplauso del público. El aplauso que estremecerá los cines del país, y yo podré descansar tranquilo. Mi vista se nubla; pierdo visión. Anticipo ya el fundido en negro y las letras cursivas en blanco. The end. Los títulos de crédito anunciarán el final de mi última película, el inicio de mi viaje definitivo.
JCA
Premio de Relato del Festival de Cine de Huesca 2010

jueves, 10 de junio de 2010

INVIERNO EN JUNIO


El latido inquieto,
la sonrisa putrefacta,
la piel en la piel creciendo.

JCA

martes, 8 de junio de 2010

DE SÓTANOS Y AZOTEAS

De sótanos y azoteas, recientemente publicada por la editorial Castalia, es la obra ganadora del Premio Tiflos de Relatos 2009 (entre cuyos ganadores se encuentran algunos de los mejores cuentistas de este país, como Gonzalo Calcedo, o Félix J. Palma). Con este libro Juan Carlos Fernández León deja de ser el escritor primerizo, gestado en los mil y un concursos literarios de nuestra geografía, todavía desconocedor de sus posibilidades y sus límites, para revelarse como un autor maduro, que domina el género del relato y lo demuestra con la solidez de su escritura.
El libro contiene nueve cuentos de corte costumbrista, social, que nos narran historias de un barrio de la periferia de Madrid. En cuanto a las coordenadas temporales los cuentos nos llevan desde la infancia y adolescencia del autor, pasando por los primeros años de la democracia, los ingenuos ochenta, hasta una época más actual, situándose en concreto uno de los relatos (Diario de la operación Masacre) en fechas posteriores al 11M. Respecto al título del libro, que es también el de uno de los relatos, corresponde a una frase del mismo: “… es una cuestión de perspectiva, de mirar desde arriba o bien desde abajo. De sótanos y azoteas”. La cita, referida en el texto a la edad, se puede aplicar fácilmente a muchos otros conceptos. Además, el título es sugerente y hace pensar en un recorrido, en un camino entre dos puntos bien diferenciados, entre los cuales se desarrollan estos relatos.
El barrio del que nos habla Juan Carlos Fernández León es ese espacio que todos nosotros, de alguna manera, conocemos. En estos relatos aparece el barrio donde se vive, pero sobre todo donde se sobrevive. Son historias en las que la desesperanza lo tiñe todo de color ceniza, en las que se respira una cierta asfixia vital porque las limitaciones de los personajes son muchas, al igual que sus miserias y dificultades. Unos son puros supervivientes, otros futuros condenados. Historias en las que la realidad se doma con la ayuda de la heroína, las pastillas, la marihuana o el alcohol. Aditivos que hacen soportable el día a día en este mundo de claroscuros, cuyo olor es el de la tasca, el de los calamares aceitosos, y su paisaje el de los coches abandonados y los campos de fútbol sin porterías.
Siempre dentro de los márgenes de una literatura realista, social, los cuentos desbrozan en sus tramas aspectos como el incesto, la unión y el reconocimiento en el grupo, la soledad, el honor, los ídolos de pies de barro, los seres luminosos con las entrañas rotas. En la lectura se aprecia igualmente el temblor súbito de quien ha vivido momentos decisivos, de quien conoce el vértigo que produce mirar hacia atrás. La droga (presente en muchos de los relatos), la delincuencia, son amenazas, pero también caminos para la subsistencia. A pesar del disfraz que elijamos, seguimos siendo del lugar del que procedemos, parecen decir estos personajes. Y es que su capacidad se gestó allí, al igual que sus debilidades. Y por mucho que las cosas cambien, por mucho que algunos de los personajes consigan prosperar, en algunos momentos las raíces se tensan y susurran los nombres de los que se quedaron atrás; los más audaces, los más tontos, los que creyeron que tenían que demostrar algo y, sobre todo, los más débiles. Existe un vértigo, una cierta sensación de culpabilidad difícil de explicar, en aquellos que salieron adelante, los que se alejaron del barrio. Culpabilidad nacida quizás de la suerte de no haberse enganchado, de haberse salvado en la ruleta rusa del sida, o simplemente de no tener acumulado un número demasiado grande de muertos sobre las espaldas.
La mirada del autor (en general utiliza la primera persona en la narración, con buenos resultados) no nos evita la sordidez. Es una mirada afilada que, como una navaja, va diseccionando las penurias en un acto de casquería poética. Porque la poesía es un antídoto, una forma de neutralizar la caída al abismo. La prosa de Juan Carlos Fernández León es rica, está bien alimentada, con un regusto clásico que en ocasiones se torna intrépido. Y esa poesía de la que hablaba lo filtra todo como una lente, y envuelve los detalles con papel irisado, produciendo en momentos imágenes tan bellas como desquiciantes.
Sin embargo, el autor sabe cuándo conceder un descanso y nos muestra oportunamente las rendijas por las que acceder a la ternura. Porque también hay un espacio para el amor (torcido, pérfido, amañado pero grandioso, en el caso de Tatuajes o Cómplices, o más puro en Se van a ver las navajas), para la amistad (presente en casi todos los relatos, si bien se puede destacar en Los imperdibles de la memoria o De sótanos y azoteas), para la compasión (La alquería), para la admiración (Los antagónicos), para la complicidad –vecinal- (Soneto). Esa luz tenue, indirecta, ilumina algunos momentos de estas historias, aligerándolas, dotándolas de una felicidad inconsistente y etérea, y alimentando a fin de cuentas el germen de la ilusión. De entre estos relatos destaco, siguiendo un criterio puramente personal, La alquería, una historia narrada con una prosa más austera, donde un sillón ergonómico representa quizás el lugar que todos buscamos en la vida. En este relato se describen las relaciones humanas sutilmente, con cuidadosas puntadas que cosen la frustración con la esperanza.
Para terminar, quería comentar que De sótanos y azoteas consigue algo que se considera un valor añadido en los libros de relatos, y es el hecho de que, además de disfrutar cada uno de ellos en su individualidad, los cuentos sumen, produciendo entre todos ellos un efecto conjunto. El libro posee una atmósfera uniforme, que se palpa y se huele, en la que el lector se siente inmerso, incluso atrapado. Otro elemento que sirve como nexo de unión es la repetición de algunos personajes en diferentes relatos, ofreciéndonos distintos momentos de su evolución, y logrando con pequeños guiños la complicidad muda del lector.
JCA

sábado, 5 de junio de 2010

Sin pensarlo, mi pie apretó el freno y desvié la trayectoria. ¿Por qué me salí de la carretera? ¿Por qué lo hice? Al ver la casa la reconocí. Alguna vez había visitado aquella casa en mis sueños. Las ramas desnudas de los árboles dibujaban jeroglíficos contra el cielo que no supe interpretar. La casa me llamaba. Nunca antes había tomado esa carretera, y sin embargo... ¿Podemos apartarnos de nuestro destino? Vuelve al coche, sigue tu camino, me decía mi voz interior. Pero la curiosidad era más poderosa que aquel leve susurro. Tenía el vello de los brazos erizado, a pesar de que la tarde era calurosa y tranquila. Ni siquiera llamé a la puerta. La empujé; estaba entornada. El quejido de una mecedora me condujo hasta una pequeña sala. Aquella mujer mayor tenía los ojos en blanco. Eran unos horribles ojos ciegos. Me sonrió con su boca vacía de dientes.
Llevo tanto tiempo esperándote, me dijo.
JCA