lunes, 4 de octubre de 2010

LORITA

Fui concebido mientras las bombas caían sobre la fábrica de papeles pintados LORITA. El obrero Alfred, mi padre, aprovechó el momento de tensión para consolar a la hermosa Agustine, mi futura madre y trabajadora del departamento de contabilidad. Ella no había considerado perder la virginidad de esa manera, de hecho llevaba años resistiéndose a la presión masculina circundante, pero en un momento así decidió que no deseaba llegar al otro mundo con su himen intacto. Se amaron frenéticamente, un poco colocados por el humo tóxico que se extendía ya por toda la ciudad. Un cascote, despedido del tejado ruinoso bajo el que se habían guarecido, golpeó a Alfreden la cabeza. Cuando mi madre alcanzó el orgasmo –es una mujer que sabe lo que quiere, que se toma su tiempo-, el cuerpo de Alfred perdía su humanidad y afrontaba la rigidez de los difuntos. Ese día Agustine, mientras se recolocaba las medias, descubrió que las mejores historias de amor son aquellas que arrastran tras de sí la tragedia. Alfred, que era un poco pendenciero, se convirtió en el amor idealizado, y le guardó el respeto que nunca en vida nadie le había dedicado. ¿Cómo has podido dejarme sola, amor?, lloraba Agustine, mientras del cielo caían pedazos de papel, antes pintado y ahora más bien chamuscado. Pero estaba muy equivocada; no estaba sola. Yo ya estaba allí, aunque ella no lo supiera, para contarlo todo.
JCA