Desde hace casi un año vivo en Hoffnung, en sus dominios, confundida con sus habitantes. A pesar de que yo la he inventado, a veces tengo la impresión de que la casa ha adquirido vida propia. Ya no la puedo ver con los mismos ojos. Toda Hoffnung se mueve, palpita, respira y tiembla. Se mueven sus cimientos, sus piedras, también las grietas de sus muros se mueven. Se mueve el jardín y, al hacerlo, tengo la sensación de que las plantas han cambiado de sitio. Hasta el viejo castaño de indias hay noches que parece querer asomarse al acantilado. Inocentemente pensé que yo, en calidad de creadora de Hoffnung, estaría a salvo de su influencia. Ahora tengo mis dudas. Sobre todo cuando me mira. Cuando me mira con sus ventanas abiertas, alzando sus párpados de gasa, como ahora me está mirando. Y hasta la balaustrada ríe. Y su risa se confunde con el chillido de las gaviotas.
JCA