Tu boca caníbal. Tus ojos verdes, como el agua sobre la que flotaban los trozos de pan que los patos, hartos, ignoraban. Ese agua que se volvía otra cuando el sol la atravesaba, y ya no parecía un líquido sucio, sino mágico. La luz destripaba su oscuridad interior y se hundía hasta chocar con los peces. Tus ojos. En ellos encontraba a veces aquel deseo de huída que me avasallaba. Aquella ansia de fuga que no entendía muy bien, pero que me hacía agarrarme con fuerza de tu mano. Sí, te agarraba con mis dedos pequeños, no fuera a ser que salieras volando. Y no creas que lo hacía para impedirte ir, no, no era eso. Te agarraba para que, si lo lograbas, me llevaras contigo en tu evasión, me arrastraras tras de ti. Pero por mucho que apretara, por mucho que me esforzara, no conseguía alcanzarte. Tú ya estabas en ese otro lugar, ese sitio del que no sabía nada. Ese espacio que a veces imaginaba yermo, desolado, como un volcán extinto, y otras como una jungla asfixiante, bajo cuyas palmeras de hojas gigantescas tú te guarecías.
JCA