Las maldiciones son frías. No necesitan dalias, ni pan, ni manzanas, ni verano. No son para oler ni comer. Sólo son para arremolinarse y tumbarse, para rabiar brevemente y permanecer largo rato en silencio. Bajan el latido de las sienes hasta las muñecas y suben el sordo palpitar del corazón a las orejas. Las maldiciones se intensifican y se asfixian. Las maldiciones que se quiebran no han existido nunca.
La piel del zorror - Herta Müller
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