martes, 24 de noviembre de 2009

LA PRESENCIA

El hielo se deshacía en los vasos, mientras tomábamos café en una terraza, bajo la sombra de un plátano polvoriento. Disfrutábamos de una primavera recién estrenada, a la espera de que nuestros hijos acabaran la clase de judo. Hablábamos de alimentación, de enuresis y bronquiolitis, de remedios caseros. Una madre contó que su niña se despertaba e iba a su cuarto, a oscuras, descalza, todas las noches. Era una experiencia regular, sólo variaba la hora en la que se producía la visita. La madre se había acostumbrado y era tal el hábito que, incluso antes de abrir los ojos, ya sentía su presencia. Aunque la niña no hiciera ruido, algo en su inconsciente la reconocía y le hacía volver del mundo de los sueños en un viaje vertiginoso. Todas hemos tenido esas sensación, dijo una joven restándole protagonismo. Es algo habitual, un sexto sentido. Desarrollamos esa capacidad, nos adelantamos a la llamada, al llanto, al vómito que podría ahogar a nuestros hijos. Todas estuvimos de acuerdo. Pero… La mujer que había iniciado el tema, lo retomaba con tozudez. ¿Os ha ocurrido también que sentís la presencia, la sentís a vuestro lado y…? Guardó silencio unos segundos. ¿Y si al abrir los ojos no hay nadie? Sentí un escalofrío, y la mirada de aquella mujer y la mía se cruzaron unos instantes.

En ese momento sonó una campana y los niños salieron alborotados. Abracé a mi pequeña. Bajo la luz diurna nuestros miedos eran leves, ligeros, como la brisa que mecía nuestros cabellos. Y todo parecía tremendamente fácil.

JCA

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