Hoy es miércoles, y
como todos los miércoles Menfis me dice que se siente sola. ¿Y yo qué? Te
jodes, pienso. Yo no te invité a venir. Pero es lo que hay, me contesta. Es
hábil leyéndome el pensamiento, la jodida. Menfis es tirana y tiene mal carácter.
A pesar de vivir a mis expensas, no me respeta. También es cierto que no me ha
perdonado los intentos de acabar con ella. El último fue hace unos meses,
cuando el doctor Aguado me recetó una suspensión nueva, que estaban probando en
vacas suizas con buenos resultados. Tras dos días encerrada en el baño,
sobreviví a los retortijones y a la deshidratación, sin embargo Menfis me ganó
el pulso. Se agarra a mis intestinos como una elegante trapecista a su trapecio.
Me las pagarás, se limitó a decir con el peor de sus susurros. Desde ese día, debo
reconocer que las cosas han empeorado.
Quiero un compañero o
compañera, alguien con quien compartir mi tiempo y mi espacio, me dice. Menfis
es blanca, larga y elástica, y tiene los ojos amarillos Si abro mucho la boca,
la veo asomar desde lo más profundo de mi garganta. Parece sonreír; es
repugnante. Menfis sube y baja por mi tubo digestivo como Pedro por su casa.
Nunca mejor dicho, yo soy su vivienda, y me lo recuerda muchas veces, sobre
todo cuando tiene un mal día. Si no lo haces… me amenaza.
Creo que Menfis llegó
en una filete en mal estado, que yo devoré sin saber qué guardaba en su
interior. Las cosas no son lo que parecen, ya me lo decía mi madre. Vivir con
ella no es sencillo. Óscar, tras un matrimonio de cinco años, se fue. Dijo que
convivir con las dos era excesivo para él. A Menfis le gustaba hacer de las
suyas mientras practicábamos sexo, y a él no le agradaban cierto tipo de
sorpresas. Desde entonces no he vuelto a tener pareja. Menfis me recuerda que ella
tampoco. Somos dos solitarias. Parecemos dos viejas chismosas dispuestas a
tirarnos los trastos a la cabeza.
Lo harás, tienes que
hacerlo, me dice con voz amenazadora. Y durante días compro carne de pésima
calidad, y la dejo estropearse fuera del frigorífico. ¿Estará ahí dentro el
futuro acompañante de Menfis? La carne cambia de color, huele mal. Mordisqueo
con asco los trozos casi crudos, pero a última hora escupo los pedazos que mi
boca se resiste a tragar. Menfis se retuerce. ¡Me las pagarás!, grita. Y sé que
cumplirá su palabra. Hace días que Luis Eudardo, mi último amante, no contesta
a mis mensajes. Menfis se ríe, se ha largado por lo menos a Sinsinati, me dice.
¡Qué sabrás tú de geografía, imbécil!, le reprocho. Y así pasan las horas. Solas
Menfis y yo. Condenadas.
Esta misma mañana he
vuelto a hablar con el doctor Aguado. Dice que hay una nueva medicación que
están probando con paquidermos y otros grandes mamíferos. Le digo que me interesaba.
¿Estás segura? Desconocemos los efectos secundarios. No me arredro; le confirmo
que estoy preparada y me da una cita de urgencia. De esto no puede salir nada
bueno, me dice Menfis desafiante, mientras me subo las medias de cristal. Ah,
¿no? Pues ya veremos, le contesto. Las dos disimulamos el miedo. En estos casos,
como todo el mundo sabe, ayuda bastante ser cínico. Y la rabia no deja de ser
un buen disfraz.
JCA