domingo, 29 de noviembre de 2009

LLUEVE

Hoy me he levantado pensando en que hay alguien igual que yo, en otro punto del planeta, en una ciudad quizás como Tokio, o en una aldea en Nueva Zelanda, y que esa mujer que soy yo, pero es otra, con otra vida, se ha levantado contenta. En su mundo, vida, existencia paralela, no llueve. Y ha desayunado mirando al sol, con los ojos entrecerrados, y ha pensado, cómo sería ser otra persona, en un mundo húmedo, gris, triste, en una ciudad dormitorio de un país europeo. Mientras pensaba en estas cosas, de sosias, mundos paralelos, dobles, historias que empiezan en un lugar y acaban en otro, observaba la calefacción cubierta de calcetines. Con esta humedad la ropa no se seca. Hay tanta tristeza en esa ropa que cubre los radiadores... Mi madre hacía membrillo de manzana y nunca ponía la ropa en los radiadores. Ella esperaba a que la ropa se secara en el patio. Eran otros tiempos, o quizás eran simplemente otros radiadores.
JCA

sábado, 28 de noviembre de 2009

ARBUSTOS

Sapar edoceinec du bere izala.

"Cualquier arbusto tiene su sombra".

Texto inscrito en el techo de la biblioteca del Castillo d'Abbadie.

martes, 24 de noviembre de 2009

LA PRESENCIA

El hielo se deshacía en los vasos, mientras tomábamos café en una terraza, bajo la sombra de un plátano polvoriento. Disfrutábamos de una primavera recién estrenada, a la espera de que nuestros hijos acabaran la clase de judo. Hablábamos de alimentación, de enuresis y bronquiolitis, de remedios caseros. Una madre contó que su niña se despertaba e iba a su cuarto, a oscuras, descalza, todas las noches. Era una experiencia regular, sólo variaba la hora en la que se producía la visita. La madre se había acostumbrado y era tal el hábito que, incluso antes de abrir los ojos, ya sentía su presencia. Aunque la niña no hiciera ruido, algo en su inconsciente la reconocía y le hacía volver del mundo de los sueños en un viaje vertiginoso. Todas hemos tenido esas sensación, dijo una joven restándole protagonismo. Es algo habitual, un sexto sentido. Desarrollamos esa capacidad, nos adelantamos a la llamada, al llanto, al vómito que podría ahogar a nuestros hijos. Todas estuvimos de acuerdo. Pero… La mujer que había iniciado el tema, lo retomaba con tozudez. ¿Os ha ocurrido también que sentís la presencia, la sentís a vuestro lado y…? Guardó silencio unos segundos. ¿Y si al abrir los ojos no hay nadie? Sentí un escalofrío, y la mirada de aquella mujer y la mía se cruzaron unos instantes.

En ese momento sonó una campana y los niños salieron alborotados. Abracé a mi pequeña. Bajo la luz diurna nuestros miedos eran leves, ligeros, como la brisa que mecía nuestros cabellos. Y todo parecía tremendamente fácil.

JCA

viernes, 20 de noviembre de 2009

LARGO ES EL ARTE - Ángel González

El poeta hace felices a los demás cuando se arranca un trozo de intestino y lo encuaderna. Cuando se peina y deja en el cepillo restos de rima en asonante. Por todas partes vibran sus palabras, amigas, enemigas. Sobran datos, referencias, números y elogios. Las personas se van pero sus obras quedan. Y consuelan. Y guardan en su leve estructura el milagro de un pensamiento musical. Atrevido. Versos que acompañan a los insomnes, a un adolescente con un piercing en el glande, a una mujer que lleva una iguana subida a un hombro, a ti y a mí y al hombre que fuma una pipa en un banco frente a un colegio —hombres de vidas apretadas, muchachas que crecen entre el ruido—. A ese taxista con un palillo entre los dientes, fundido en un atasco. Habrá palabras nuevas para la nueva historia y es preciso encontrarlas antes de que sea tarde. Voces de gas, infladas, desinfladas, atadas a una cuerda como globos. Herramientas sonoras, ladrillos de un muro invisible. Vocablos que, cogidos de la mano, bailan al corro de la patata. Y forman versos juguetones, lanzados como aros de malabarista. Hermosos en su danza vertical. Reconfortantes.
Siempre quedará su poesía, cayendo en oídos anónimos y germinando, creciendo, vistiendo, desnudando el alma.
Y en ella el autor vivirá para siempre. Iluminado.
JCA

Aportación al preciosos libro homenaje al poeta Ángel González que hizo el Ayuntamiento de Alcorcón el año 2008.

martes, 17 de noviembre de 2009

NACIMIENTOS

"El tren se detuvo, y descendí los escalones metálicos sobre los que resonaron los tacones de mis sandalias. Siempre he pensado que las estaciones son lugares especialmente tristes, territorios de paso en los que fermenta el poso de historias inacabadas, fragmentos de vidas en tránsito. Me producen nostalgia, al igual que sus baños con azulejos húmedos, y puertas de madera en las que se graban arañazos que aspiran a la eternidad. El viaje había sido largo. Necesitaba ir poco a poco y, precisamente por eso, había rechazado el traslado en avión. Deseaba acompasar mi mente, mi cuerpo, mi miedo disfrazado de recelo. Cogí el pequeño trolley y me alejé de la estación, camino de la parada de autobús más cercana. El desasosiego me dominaba. Las puertas que no se cierran bien siempre quedan abiertas, había dicho mi terapeuta con su tono profético.


Cuando llegó el autobús, compré el billete y me senté junto a la ventanilla. Intuí que el conductor me miraba por el espejo, pero no le presté atención mientras rumiaba un monólogo interior hecho de fragmentos inconexos. Los fantasmas se despertaban y paseaban sin orden, limpiando el suelo polvoriento con sus sábanas ajadas. Todo había empezado aquí hacía cuarenta y tres años. Nací en el hospital de Irún en el año 66. Ese fue mi primer nacimiento, una mañana lluviosa y triste, muy triste, a pesar de ser verano. Tiempo después supe que ese día un barco se había hundido, y un par de hombres se habían ahogado. Y mientras aquella tragedia se masticaba, yo no quería salir. Quizás ya intuía lo que me esperaba al otro lado, esa lucha que siempre ha ido conmigo. Ese instinto del animal que continuamente está alerta, que nunca baja la guardia, porque si lo hace… Carne de cañón. Así me había sentido mucho tiempo.


El autobús avanzaba lentamente, y yo me refugié en esa lentitud, en ese deseo de detener el movimiento. Observaba las calles. Las reconocía, a pesar de sus edificios y sus comercios nuevos, en una extraña superposición de recuerdos e imágenes. Me sentía como si estuviera dentro de un sueño en el que la irrealidad era tolerable. Caminar sobre nubes. Volar. El mundo de los sueños es también nuestro mundo. Al pasar por la calle Al pasar por la calle El Pinar volví a ver al dentista al que mi madre me traía los sábados por la mañana. Por unos instantes fui de nuevo el niño al que no se le caían los dientes de leche, y abría la boca frente a aquel hombre de rostro serio y bata blanca. Los extraía de dos en dos. Dos perlas blancas y una nube de sangre en la boca. En el piso de al lado había una academia de baile, y mientras el dentista hacía su trabajo, yo escuchaba la música e imaginaba a las bailarinas hermosas, enfundadas en sus preciosos trajes. Ya entonces intuí, a través de aquella experiencia, que la feminidad extrema, que para mí representaban aquellas bailarinas, estaba unida a la sangre. La menstruación. El parto. Mujeres por cuyos muslos corrían hilillos de un rojo intenso. El sabor de la anestesia y los músculos faciales dormidos. La baba escurriéndose por la comisura de mi boca"

JCA
Fragmento de NACIMIENTOS, relato incluido en el libro publicado por Lurraldebus, noviembre 2009

LA VENTANA


Desde la ventana de mi habitación tenía una vista privilegiada. Siempre, al levantarme, me asomaba. Recogía la persiana, ataba la cuerda de plástico verde con un nudo y sacaba la cabeza. La lluvia mojaba mi pelo -en los recuerdos de mi infancia llueve a menudo-, o el sol me hacía cerrar los ojos. Allí estaba. Incluso antes de verlo, lo anticipaba en la brisa. El mar. Los barcos, el cielo, las nubes. A pesar de que no podía ser de otra manera -¿qué demonios pensaba que iba a encontrar allí si no?-, el reencuentro con aquel paisaje me tranquilizaba. La costa de Francia desdibujándose en la distancia. El castillo d’Abbadie sobre las campas de un verde intenso. Las gaviotas. A veces la niebla me impedía ver más allá de mis narices. Pero lo intuía. Lo sentía. El sonido de las olas al chocar contra el paseo Butrón. La amenaza callada de esa masa acuática que mecía mis sueños. Durante un tiempo pensé que lo que quería confirmar cada mañana al realizar ese acto era que el mundo no cambiaba. Que el mar, pasara lo que pasara, seguiría en su sitio.
Cuando unos años después me mandaron a unas colonias infantiles, entendí qué era exactamente lo que sucedía. En la soledad de la meseta castellana, desbordada por el sol y la melancolía de unos inabarcables campos de trigo, tuve una revelación. Aquel ritual no tenía que ver con el mar, ni con la permanencia del mundo exterior. Lo que quería ratificar al mirar cara a cara al océano era simplemente que yo estaba en el lugar preciso. En el sitio correcto.
Y allí, atrapada por la angustia de la distancia, embriagada de añoranza, descubrí que no hay nada tan descorazonador como no estar donde uno quiere estar. O no ser quien uno aspira a ser.
JCA

viernes, 13 de noviembre de 2009

EL TREN

¡Vamos, Franz! A causa de la multitud el niño se había rezagado. Rita le miraba desde el vagón con sus hermosos ojos grises. La esperanza devolvía a aquellas personas la fuerza consumida durante aquellos terribles años. ¡Sube, hijo! Les llevaban a los campos de trabajo. Cualquier cosa era mejor que el gueto, eso pensaban. Cuando el tren inició su movimiento, la madre gimió, rota. ¡Franz! Rita abrió y cerró la manita. Adiós, hermano. El niño lloró, su cara se llenó de lágrimas y de mocos. Todavía hoy lo recuerda muchas veces. Esperanzas envenenadas camino del infierno. Próxima estación: Treblinka.
JCA

jueves, 12 de noviembre de 2009

OTOÑO

Me alejé unos pasos, y le dije que lo nuestro había acabado. Insistí en que mi vida estaba en otro lugar, en otros brazos. Nuestro lecho se había convertido en un estanque helado. ¿Acaso no se daba cuenta? Ya no lo aguantaba más. Pero ella seguía allí, con su maldita sonrisa. ¡Qué bromista eres, Max! Era imposible desarmar su gesto cariñoso, sus ojos llenos de luz. Me agarró de la mano y paseamos en silencio. Fue allí donde sucedió, junto al río. No podía soportar aquella sonrisa en sus labios. Volví su rostro contra el suelo y la cubrí de hojas secas.
JCA

lunes, 9 de noviembre de 2009

ABBADIE

"Tuve la suerte de encontrarme esta historia en la ventana. El castillo estaba al otro lado del río. Siempre lo había visto ahí y un día me pregunté por él. Lo primero que oí de Abbadie fue que en el comedor de su casa había una elegante mesa puesta en el centro y cierto número de sillas alineadas por las paredes. Cada una de estas sillas forradas de terciopelo verde tenía una letra bordada sobre el respaldo y cuando todas ellas se juntaban alrededor de la mesa, formaban una frase en lengua abisina que venía a decir "Que no haya un traidor entre nosotros". El castillo está lleno de inscripciones de este género que Abbadie hizo grabar en muchas de las lenguas que hablaba".

Este fin de semana ha llegado a mis manos un precioso librito; ABBADIE. Fue escrito por Iñigo Sagarzazu, y publicado por la ediorial Oyhenia. Este libro es una joya en cuanto a su presentación, y la fascinante historia que cuenta no dejará a nadie indiferente. Antoine d'Abbadie parece un personaje salido de una novela de aventuras, un sabio, un aventurero, un excentrico quizás... Pero Abbadie fue un hombre de carne y hueso, que si bien no tuvo descendencia nos dejó su legado en forma de piedra.

Yo también veía el castillo desde la ventana de mi habitación, aquel maravilloso delirio, capricho, símbolo capaz de alimentar sueños desde la lejanía.

JCA

martes, 3 de noviembre de 2009

AGITADORAS NOVIEMBRE

Acabamos de subir a la red el Nº 7 de la revista Agitadoras. http://www.agitadoras.com/. Os deseamos lo mejor para este mes de las ánimas. Nuestra nómina de autores para el mes de noviembre es la siguiente:

Jesús Zomeño , Pepe Pereza, Lalo Borja, Isabel Huete, Gracia Iglesias, Ana Pérez, Luisa Valenzuela, Albert Herranz, Pedro Pruneda, Jenn Díaz, Juana Cortés, Paco Piquer, Holly, Inés Matute, Ángela Mallén, Jesús Aller, Il Gatopando, Luís Arturo Hernández, Pablo Miravet, David Torres, Agustín Fernández Mallo, Silvia Gélices, Luis Amézaga, José Ángel Barrueco, Toni Nievas, Ana Márquez, Victoria Salvador, Joaquín Lloréns, Ángela Armero, Xisco Fuster, Jan Hamminga, Gilda Manso, Natalia Ríos, Pedro Tellería, Guillermo Cuervo, Joan Ramis.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Premios del Tren 2008


http://www.ffe.es/premiosdeltren/fallo2008.htm

http://www.ffe.es/premiosdeltren/edic_especial_PT08renfe.htm
"Quiso la casualidad que, hace once días, la corriente humana te depositara en su orilla, como un sedimento arenoso. Hombre sin consistencia. Quedaste varado en su espalda, sin posibilidad de movimiento. Entonces algo sucedió. Quizás sólo fue cuestión de química. La química o el instinto. Pero fuera lo que fuera, aquel cuerpo pequeño y duro permaneció soldado a ti durante un buen rato. Al principio te dominaba el pudor. Te sentías cómodo, pero temías que te malinterpretara y que cuando ella se volviera –su cabeza a la altura de tu barbilla, su espalda pegada a tu pecho- te mirara con odio, como si fueras un sátiro madrugador. Tu cabeza pensaba eso, pero tú ronroneabas feliz. Aquel cuerpo adosado parecía formar parte de ti, como un miembro nuevo, como un tumor benigno. Algo inexplicable. Aquella sensación. La gente protestaba. No son formas de viajar. No empujen. ¿No ven que no hay más espacio? Pero tú te sentías en la gloria con esa mujer que te acababa de crecer en la cintura.
El miedo desapareció cuando el vagón alivió su carga en el andén de un intercambiador y hubo más espacio y la gente resopló y aflojó los músculos y recuperó su espacio y su dignidad. Porque ella siguió allí, pegada a ti. Su cuerpo también se regocijaba, exultante. Ya entonces conocías el ritmo de su respiración, el aroma de albaricoque de su pelo, el grosor de su muñeca.
Se bajó en Tribunal y notaste un tirón en todo el cuerpo. Pensaste que algo así sienten las mujeres al depilarse, cuando arrancan la cera tibia de las piernas y tuercen el gesto y aprietan la lengua contra los dientes. Nunca antes te habían arrancado algo de tu cuerpo. Dolía, claro que dolía. Pequeña amputación traumática".
Fragmento del relato DIALISIS DE AMOR, recogido en el libro Premios del Tren 2008
JCA