miércoles, 3 de febrero de 2010

LA MISMA LUZ, LOS MISMOS COLORES (1)


El hombre serio

A veces, cuando el hombre serio te mira, sientes que algo se transforma en tu interior. Es como si, de repente, un carámbano helado cayera fulminado por un rayo de sol. Como ese olor a tierra húmeda que acompaña a la tormenta, capaz de despertar recuerdos lejanos que nos provocan una nostalgia salvaje… Así es su mirada. Su voz es suave y sus palabras educadas. No es fácil desanimarle. Tampoco hacerle reír. Vive en ese terreno abstracto de las personas pacientes y previsoras. En un universo inalterable en el que los cometas no cambian su rumbo, en el que todas las distancias han sido medidas. Todos los acontecimientos pronosticados…
El hombre serio, mi padre, me da de merendar pan con mantequilla. Me deja echarle azúcar, toda la que quiero. Le importa más mi sonrisa que mis dientes. Cuando me lleva de paseo, me sujeta la mano con precisión. Su mano me da seguridad; no me habla de cosas fáciles pero sí del cariño que derrumba murallas y rompe fronteras. Veo a través de él el mundo y, sin ser un lugar fácil, intuyo que será, en ocasiones, esplendoroso.
Por las noches, mientras duermo, sé que se acerca a mi cama. Con la yema de los dedos roza mi pelo, mi mejilla y, como no sabe sonreír, se lanza de cabeza a un pozo de ternura.