Gabriel le hablaba a Mario de un mundo muy distinto al que éste conocía, en el que la gente pasaba frío y sufría enfermedades que él nunca hubiera imaginado. En el que los abuelos pasaban a mejor vida sentados en un banco de la iglesia de la Marina, mientras escuchaban misa. En el que las abuelas eran capaces de cortar un atún de doscientos kilos con la ayuda de un pequeño machete o las mujeres se ponían de parto mientras buscaban chirlas en la arena. También el colegio al que iba Gabriel era especial.
— En invierno hace tanto frío que no nos quitamos los abrigos. Un día Marciano, un niño muy enclenque, se congeló y Don Antonio tuvo que sentarlo junto a la estufa antes de mandarlo a casa. Por eso, si no sabes lo que te pregunta, lo mejor es hacerte el congelado. A veces funciona… Pero si te pilla, entonces te manda al sótano como castigo.
— ¡El sótano!
— Todos le tenemos miedo al sótano.
— ¿Miedo? ¿Por qué?
— Porque en todas las casas hay un lugar maldito, y el del colegio es ése. Huele a azufre. Y te pican los ojos. Y es fácil que se te aparezca el demonio y te tiente con un cofre lleno de monedas de oro.
María sintió un leve peso en el hombro. Era la mano de Mark, que había regresado a su lado. María se esforzó en volver al momento actual, a Mark ofreciéndole su brazo. A la tarde suave, tranquila. Volvió la cabeza y vio a los niños que se alejaban corriendo, que desaparecían de su vista dejando un rastro de risas y gritos.
— En invierno hace tanto frío que no nos quitamos los abrigos. Un día Marciano, un niño muy enclenque, se congeló y Don Antonio tuvo que sentarlo junto a la estufa antes de mandarlo a casa. Por eso, si no sabes lo que te pregunta, lo mejor es hacerte el congelado. A veces funciona… Pero si te pilla, entonces te manda al sótano como castigo.
— ¡El sótano!
— Todos le tenemos miedo al sótano.
— ¿Miedo? ¿Por qué?
— Porque en todas las casas hay un lugar maldito, y el del colegio es ése. Huele a azufre. Y te pican los ojos. Y es fácil que se te aparezca el demonio y te tiente con un cofre lleno de monedas de oro.
María sintió un leve peso en el hombro. Era la mano de Mark, que había regresado a su lado. María se esforzó en volver al momento actual, a Mark ofreciéndole su brazo. A la tarde suave, tranquila. Volvió la cabeza y vio a los niños que se alejaban corriendo, que desaparecían de su vista dejando un rastro de risas y gritos.