A continuación va mi ESPANTAPAJAROS.
http://es.scribd.com/doc/138058785/57-Concurso-de-Cuentos-Gabriel-Miro-Cuentos-ganadores-Obra-Social-Caja-Mediterraneo
El padre golpeó una mano contra la otra. Doloridas las manos. Hinchadas. El padre se había pasado el día en el campo, sembrando. Las manos chillaban, ardían, revelando su naturaleza nerviosa. Las manos eran dos ratas hambrientas, gordas y velludas. La madre no quería que la tocara con esas manos. Ella también necesitaba tiempo. Los pájaros se comen las semillas, dijo el padre. ¿Qué pájaros? Los tordos. ¿No son estorninos? No entiendo de pájaros... Vienen cientos de ellos y me vuelven loco. El hombre no sabía de pájaros, ni de cultivos. No acababa de acostumbrase a aquel clima. Los días amanecían grises, y el sol se asomaba muy tarde. El viento traía las nubes; llovía y dejaba de llover con rapidez. Los pájaros nos dejarán sin nada, dijo el padre. ¿Qué comeremos? La madre no había encontrado trabajo en el pueblo. Todo llegará, se decía. Éste no es nuestro sitio, dijo el padre. ¿Y si seguimos caminando? La madre sabía que tenía razón; aquel no era su sitio. Ni aquellas eran sus manos. Pero la guerra había cambiado a las personas. Hasta los perros y los gatos habían abandonado sus casas, convertidas en ruinas. Su país era un gran vertedero del que habían huido. Las explosiones dibujaban un camino, y las personas caminaban como miserable hormigas por las carreteras con bultos sobre los hombros. Algunos de esos bultos eran humanos; niños silenciosos, viejos pesados y enfermos. A veces, si no podían más con el peso, los dejaban en el camino y seguían sin mirar atrás. No seguiremos andando, dijo la madre. Antes nos entierran en este pueblo. (sigue...). JCA
El padre golpeó una mano contra la otra. Doloridas las manos. Hinchadas. El padre se había pasado el día en el campo, sembrando. Las manos chillaban, ardían, revelando su naturaleza nerviosa. Las manos eran dos ratas hambrientas, gordas y velludas. La madre no quería que la tocara con esas manos. Ella también necesitaba tiempo. Los pájaros se comen las semillas, dijo el padre. ¿Qué pájaros? Los tordos. ¿No son estorninos? No entiendo de pájaros... Vienen cientos de ellos y me vuelven loco. El hombre no sabía de pájaros, ni de cultivos. No acababa de acostumbrase a aquel clima. Los días amanecían grises, y el sol se asomaba muy tarde. El viento traía las nubes; llovía y dejaba de llover con rapidez. Los pájaros nos dejarán sin nada, dijo el padre. ¿Qué comeremos? La madre no había encontrado trabajo en el pueblo. Todo llegará, se decía. Éste no es nuestro sitio, dijo el padre. ¿Y si seguimos caminando? La madre sabía que tenía razón; aquel no era su sitio. Ni aquellas eran sus manos. Pero la guerra había cambiado a las personas. Hasta los perros y los gatos habían abandonado sus casas, convertidas en ruinas. Su país era un gran vertedero del que habían huido. Las explosiones dibujaban un camino, y las personas caminaban como miserable hormigas por las carreteras con bultos sobre los hombros. Algunos de esos bultos eran humanos; niños silenciosos, viejos pesados y enfermos. A veces, si no podían más con el peso, los dejaban en el camino y seguían sin mirar atrás. No seguiremos andando, dijo la madre. Antes nos entierran en este pueblo. (sigue...). JCA