sábado, 10 de abril de 2010

EL PARAGUAS


Esa mujer, bajo la lluvia intensa, tiene algo de estatua griega que la hace inaccesible. Pasa un camión y le salpica, pero ella, impertérrita, ignora sus zapatos mojados, sus medias mojadas. Se sostiene agarrada a ese paraguas como si fuera un estandarte, una bandera. Es el vigía del faro del fin del mundo. Es el capitán de un barco a punto de naufragar en la tormenta. Así espera. La humedad lamiendo sus pestañas bañadas en rimel water-proof. Una mujer bajo un paraguas, que espera y desespera. Se apoya en un pie, luego en el otro. Abre la boca y deja escapar una nubecilla de paciencia. El tiempo transcurre y cada gota mide su avance inexorable. Calambres en las piernas. Un taxi pasa, y ella se echa hacia atrás para evitar las salpicaduras. La experiencia es la madre de la ciencia. Y de repente recuerda esos refranes malditos, llenos de verdad. A amor mal correspondido ausencia y olvido. Las campanadas de la iglesia dan las once; la mujer estatua inicia el movimiento y se aleja sin mirar atrás. Los pies fríos. El corazón helado. Agujetas en el brazo que le recordarán su fracaso durante un par de días. El faro se apaga. El barco se hunde.
Cuando el móvil suena, ella lo tira a una papelera y sigue caminando.
JCA