sábado, 5 de septiembre de 2009

La diferencia


LA DIFERENCIA

Escuchó la puerta, pero siguió amaestrando la camisa rebelde, las mangas, los puños, sintiendo el calor de nube volcánica que venía de la plancha. Esperó el saludo del chico, hola, mamá, su beso seco, el ritual de todas las tardes. Pero, para su sorpresa, él pasó a su lado, evitándola, y se encerró raudo en su habitación.

— Nicolás, ¿qué sucede?

Sara había visto algo; le había parecido que su hijo tenía el rostro amoratado. Una pelea, se dijo. Esas cosas sucedían, cosas de críos. Pero por dentro la angustia le crecía como una enredadera e iba paralizando sus explicaciones, asfixiándola.

El chico bloqueó la puerta. El pestillo, aquel pequeño trozo de metal, hasta ahora inocente, ignorado, sin sentido, aislaba a su hijo del mundo. Le apartaba de ella.

— ¡Nicolás!

Le hubiera gustado hundirse en la paz de un contacto mágico, como el de la ola que muerde la arena seca, la penetra, la posee y la enriquece. Deseaba sostenerle entre sus brazos, retenerle contra su cuerpo, a pesar de que había llegado el tiempo de no tocarse. Nicolás tendía al silencio, quizás porque sus sueños estaban llenos de ruido.

Golpeó la puerta con los puños. Gritó el nombre de su hijo. Ya no era la madre tranquila, ahora era una mujer asustada. Nicolás, eres mi vida. Si tú sufres, yo sufro. Nicolas se alejaba, y ella no sabía cómo evitarlo. Claro que él sabía que ella estaba allí, como siempre había estado, cerca, próxima, vigilando sus movimientos, sus pasos, como un mastín. Pero la adolescencia había quebrado su comunicación habitual. Los estados de ánimo contaminados por los vientos también contaminados.

Sentada en el pasillo, Sara se dijo que siempre había sabido que ese momento llegaría. No lo había pensado nunca así, fríamente, pero lo había intuido. Nicolás, con su carácter introvertido, tímido. Nicolás, cangrejo ermitaño, capaz de vivir escondido en su concha. Él era de los que no peleaba, aunque le quitaran los juguetes, aunque le empujaran o le tiraran al suelo. Nicolás permanecía quieto, con su boquita abierta y sus preciosos ojos se humedecían lentamente. Esa forma en que la humedad se transforma en gotas, las gotas en regueros, los regueros en inundaciones.

Sólo cuando llegó la hora de la cena, Nicolas abrió la puerta. Sara vio entonces el golpe en la mejilla, el hematoma que se extendía hasta el ojo derecho. Un campo de lavanda, pensó. De lavanda herida. Flores aplastadas, derrochando su tinta.

— No es nada —dijo él.

Durante ese tiempo de espera Sara se había tranquilizado.

— Vamos a hacer la cena.

Una vez sentados a la mesa, la madre le preguntó si quería hablar. El chico dijo que no con la cabeza.

No sólo era tristeza, o rabia lo que sentía Nicolás. También era confusión. No sólo odiaba al imbécil que le había golpeado, se odiaba a sí mismo. Se odiaba tanto que él mismo se hubiera herido. Hubiera pataleado su propia espalda, indefensa, tumbado en el suelo. Se detestaba. Se podía ver desde fuera, como si él formara parte de aquellos ojos que habían observado aquel acto, la pelea entre dos chavales, mejor dicho, el ataque de un chaval sobre otro que no respondía, que no reaccionaba, como si no fuera con él aquel insulto, aquella provocación. Crueldad, pero también cobardía. Y él, Nicolas, víctima, se convertía a la vez en verdugo de sí mismo. Por ser tan complicado. Por ser tan gilipollas. ¿Por qué no podían gustarle las mismas cosas que a los demás? ¿Por qué no se identificaba con ellos?

Crecer. Crecer muy solo. Crecer torcido.

— ¿Seguro que no quieres hablar? Nicolás, escucha...

El chico la miró y hubo un encuentro de sus miradas. Sara suspiró. Sólo deseaba reconciliar a su hijo con el mundo.

— La pelea más importante no es hacia fuera —dijo.

El chico jugueteaba con los espaguetis, los enroscaba en el tenedor para luego desenroscarlos. No tenía hambre.

— La batalla fundamental es hacia dentro.

Nicolás bebió un poco de agua. Sentía un nudo en la garganta.

— ¿Entiendes de qué te hablo?

La rabia. Las ganas de hacerse daño. La soledad de los cangrejos.

Por la mejilla amoratada de Nicolás corrió una lágrima. Y luego otra. Y Sara supo que había dado en el clavo.

Su mano buscó la del chico, la atrapó, y las dos, una sobre la otra, reposaron sobre la mesa. Mano sobre mano. Piel sobre piel. Y las manos permanecieron unidas, desafiando al mundo, hasta que las lágrimas cesaron.

* * *

Estas son algunas de las definiciones de la palabra “diferencia” según el diccionario de la RAE.
1. Cualidad o accidente por el cual algo se distingue de otra cosa.
2. Variedad entre cosas de una misma especie.
Pero también tiene esta otra:
3. Controversia, disensión u oposición de dos o más personas entre sí.

27-02-2009 “Según un estudio sociológico, más del 50% de los jóvenes gays y lesbianas sufre violencia física o psíquica en el centro de estudios”.
Son datos de un estudio del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales y la Federación española de gays y lesbianas.

Artículo publicado en la sección LA PLUMA INVITADA, de la revista Shangay del mes de Marzo 2009.