Ladis se llevó el dedo índice a los labios, pidiéndole silencio.
— No debe de ser fácil morirse, chico.
Ahora el negro había acertado de lleno. Tenía razón. ¿Qué sabía Inaxio de la muerte?
— Además, cada cual tiene sus manías. ¿O no?
A Inaxio no le gustó como le miraba el negro en ese momento. Había algo turbio en su mirada, que no llegaba a entender.
— ¿Cuáles son tus manías, chico? ¿Cuáles son tus deseos?
Ladis, como siempre que bebía, sonreía demasiado. En ese momento, al hacerle esas preguntas tan enigmáticas, le pasó el brazo por los hombros a Inaxio, que se sintió nervioso antes tales muestras de camaradería. No se atrevió a alejarse de él, a retirar su pesado brazo de su cuello. No quería que el negro se enfadara. Le parecía fascinante. Y también... También le daba un poco de miedo. No olvidaba que Ladis llevaba siempre la navaja en su bolsillo. Una navaja que, estaba seguro, utilizaría sin dudarlo si lo requería la ocasión.
— Yo no tengo ningún deseo –dijo levantándose de la silla.
— ¿Cómo que no?
Ladis le agarraba del brazo para impedir que se alejara de él. Ese día el negro estaba más borracho de lo habitual.
— Todo el mundo tiene deseos, chico –dijo Ladis-. Pero algunos no son demasiado buenos, eso es todo.
Cuando el negro le soltó, Inaxio se acercó a la barra con alivio. Nadie parecía haberse dado cuenta de nada. Sólo él. Sólo su corazón que latía con una fuerza inusitada.
Estos párrafos pertenecen a La última voluntad de Azcárate, novela corta que ha obtenido el segundo premio de El Fungible, certamen literario de Alcobendas.
http://www.enalcobendas.es/noticias/2011/10/03/7767/el-jurado-del-certamen-el-fungible-de-alcobendas-decide-los-ganadores
JCA