No había mucho que decir. Sabía lo que quería, las palabras no eran sino estúpidas excusas, peldaños molestos en nuestro camino hacia la cumbre. Me tumbé vestida en mi lado de la cama y esperé a que te desnudaras. Tu cuerpo delgado, con el pecho mediano y precioso. Las caderas estrechas. Ocupaste el lado libre, ese lugar maldito, tierra de nadie. Era electrizante tenerte tan cerca. ¿Cómo podía sentir con los ojos, con las yemas de los dedos, la suavidad de una piel que todavía no había tocado? Dejé que la atracción creciera, que llenara el aire de la habitación. La excitación aumentaba al retrasar la conclusión del deseo, ese ejercicio en el que se ponen y se quitan diques a la espera de lo inevitable. Te pedí que te colocaras boca abajo. En el colchón se podía apreciar el lugar exacto donde ella clavaba sus rodillas. Así, como si fueras un animal cuadrúpedo, me dejabas ver tu hermoso culo, tu coño. Su culo, su coño. La curvatura de tu espalda. La nuca. Todavía no te había tocado. El ojo observaba cada pliegue, cada centímetro de carne que me llamaba sin saberlo.
El relato RIMEL ha sido publicado por Egales en la colección LAS CHICAS CON LAS CHICAS, diciembre 2010.